22.9.06

Callejeros, los invisibles que volvieron a hacerse presentes

Volvió Callejeros. ¿Cierre de un ataque político hacia el Rock?. Antes más de 20 mil personas, la banda de Villa Celina regresó oficialmente a los escenarios. Fue un show sin problemas y con una excelente organización de seguridad. La nota de Cristian vitale, para Página/12



A las siete en punto, veinte minutos después de la hora dispuesta para el final, Callejeros pareció alcanzar su gloria
. Fontanet rodeó y abrazó a sus compañeros Christian Torrejón (bajo), Eduardo Vázquez (batería), Elio Delgado, Maximiliano Djerfy (guitarras) y Juan Carbone (saxo). Entre lagrimones, el Chateau Carreras contenía, aunque fugaz, la catarsis colectiva más notable del rock argentino en los últimos tiempos, que no supo de medias tintas ni relativizaciones. Para la óptica callejera ortodoxa, haber completado el primer show oficial, luego de 21 meses de amagues y apariciones breves, fue la manera más sustantiva de “reencontrarse” –en término metafísicos, claro– con los 194 muertos de Cromañón. Y, de paso, volver a existir como banda. El Pato, que cantó varias canciones sentado al borde del escenario, fue explícito en este sentido: “Mi viejo me dijo que muerto es aquel al que nadie recuerda, y cada vez que toquemos, los chicos van a estar acá, más vivos que nunca”. Casi 20 mil personas escucharon bien la dudosa frase, pero no hicieron más que ovacionarlo. En un contexto para nada exento de peligros, la música terminó imponiéndose sobre la paranoia de que cualquier cosa podía suceder: desde que la banda largó con el primer tema (el sintomático “Señales”) hasta que sonó “Imposible”, todo pasó por el rito rockero mil veces repetido.

Marcado por un operativo policial gigante (1600 efectivos, entre la policía provincial y la seguridad contratada por Nueva Tribu, la empresa organizadora), sobre un escenario despojado de toda parafernalia, el show transcurrió en calma. Nada de pirotecnia –en la puerta hubo un pibe que intentó ingresar con tres bengalas y fue detenido–, pero tampoco banderas... ni desodorantes. El infranqueable triple cordón que las autoridades armaron en cada acceso al estadio impedía que alguien entrara con elementos sospechados de piromanía. Ni siquiera en los temas más calmos y emotivos de la agrupación de Celina apareció la eterna llamita de los encendedores, pacientemente requisados en la entrada. Los elementos paramusicales –tan afines al grupo antes de la tragedia, “parte del show” según sus seguidores– mutaron así en otros símbolos. No en cánticos –apenas retumbó algún “Chabán/ culpable/ vos sos el responsable”– sino en remeras amarillas con la leyenda “Basta de culpar a Callejeros” o las declaraciones de los pibes que iban llegando con una sonrisa que delataba el espíritu de les ganamos a todos. “Esto es para todos los caretas que no quieren que Callejeros vuelva a tocar: que se vayan al Pepsi y no nos rompan las pelotas”, dijo un pibe, apuradísimo y a las corridas para entrar al estadio, ante una pregunta de Página/12. No era fácil, de todos modos, conseguir que los invisibles se prestaran a una requisitoria periodística: en el imaginario de las bandas, la prensa no es más que otro de los artífices de la “proscripción” de la banda.

Así, en el legendario cartel electrónico del mundialista, varias veces se leyó “Los Invisibles están presentes” o “Los Invisibles, por siempre”, mote que Callejeros usó para transformar el dolor de la muerte en canción. El gobernador José Manuel de la Sota, uno de los responsables de que el show se pudiera hacer, rodeó varias veces el estadio con el helicóptero de la gobernación. “Eh, no te hagas el sota. Bajá acá, con el pueblo”, exclamó un cordobés cansado de oír el ruido de la hélice.

Como estaba previsto, ningún padre opositor se quedó a provocar incidentes o presenciar el hecho contra el que lucharon hasta el miércoles. Estaban, madre de Fontanet incluida, aquellos que apoyaron a la banda desde el principio. En el palco principal, bajo la platea alta, un grupo siguió el show profundamente estremecido, atravesado por las instantáneas crueles e inexplicables de los últimos dos años. Arriba de sus cabezas, el palco de prensa lució atiborrado de periodistas –más de 300– y el resto, que sólo ocupó las plateas y menos de medio campo transversal, fans cordobeses, rosarinos y, en menor medida, porteños. Tal vez, esta torcida federal explique por qué el nivel de cánticos políticos prácticamente no existió en el Chateau, más allá de aquella estrofa perdida contra Chabán. El público, mayoría de veinteañeros y rolingas militantes, habían cambiado viajar a Carlos Paz –que, dicen, revienta el día de la primavera– por la opción de gozar a corazón erguido. No parecía haber espacio para la radicalización.

Esa moderación emotiva, que seguramente estalló por dentro de los fans, fue la media exacta del recital. Aunque, claro, hubo momentos pico: a las cinco de la tarde, cuando la banda bajó de una combi estacionada tras el escenario y se mostró completa arriba, la cancha pareció venirse abajo. Parecía un auténtico Talleres-Belgrano. Igual sensación ocurrió con “Una nueva noche fría” –el Chateau latía, temblaba, todas esas metáforas– o ante esa frase de esperanza que reza “Quiero mirar a tus ojos y volver a soñar”. Las emociones mezcladas, los corazones en vaivén, la catarsis, interna o externa, dependieron de los segmentos y el ritmo de las canciones. “El nudo” y su frase “Uno nunca sabe con quién puede morir”, provocó nuevos temblores. Igual que “La llave”. O el final de “Los Invisibles” cuando Fontanet, en uno de sus momentos más lúcidos, se refirió a los padres opositores. “Hoy leí en un medio que los papás que vinieron a Córdoba para tratar de suspender el show fracasaron. No se equivoquen, por favor. Esto no es una lucha, porque acá perdimos todos”, dijo.

Fontanet, único portavoz de la banda, también se refirió al embargo que intentó motorizar la jueza de la causa sobre las entradas vendidas. “¿Alguien pensó alguna vez que un embargo debilita a una banda de rock?”, desafió. “A nosotros nos chupa un huevo el embargo. A nosotros nos sobran los huevos para volver a pisar un escenario, pero además nos sobra la sed”, dijo antes de darle paso a “Sed”. A las 18.40, como había sido anunciado, los músicos dejaron la escena. Recorrieron medio camino hasta la combi y alguien, en el medio, se dejó llevar ante el pedido de más. Gracias al gesto, sonaron las cuatro canciones más hormonales de la banda, incluida esa que Fontanet escribió en Córdoba entre las sierras, después de Cromañón, en la que canta: “Punto rojo de las almas/ entre la tierra y el sol”. La banda y su público, ambos en sus carriles, habrán pensado que mataron un gran monstruo. Que el Chateau fue como la última estación pesada de un duelo interminable. “Tanto ellos como nosotros necesitábamos esto: empezar un recital y terminarlo”, fue el epílogo. Ahora ya se anunciaron dos oportunidades más, en La Rioja (el 13 de octubre) y Chaco (en la localidad de Villa Río Bermejito, en diciembre, para la cual el intendente Lorenzo Heffner ya adelantó su aprobación), en un operativo retorno que va por afuera de la complicada situación judicial de la banda. Lejos de esas preocupaciones, Fontanet dejó para el final de “Prohibido” una dedicatoria especial. Después de agradecer a la gente del Chateau Carreras y al organizador José Palazzo, remató: “A los demás, chúpenla, por caretas”.

Créditos:
foto vía www.rock.com.ar y nota vía
Página/12